Historia del jardín medieval
Los jardines de la Edad Media fueron jardines de dimensiones modestas que se podían encontrar dentro de los monasterios o castillos. Su acceso al público en general era difícil pues estaban encerrados por grandes muros. Eran jardines que respondían a una doble finalidad: disfrute estético y utilidad práctica.
En estos jardines se producían tanto las flores que admiraban los monjes o los nobles como se cultivaban las hortalizas, verduras y frutas destinadas al consumo. Igualmente era habitual una sección de plantas medicinales, donde se recogían las medicinas naturales de la botica medieval. La producción de remedios naturales quedaba incluido poco a poco dentro dentro de los muros del monasterio medieval a medida que era desplazada desde los castillos hasta los monasterios.
Además de medicinas el huerto monástico producía plantas aromáticas y especias, junto con algunos árboles frutales y hortalizas.
Las flores ocupaban un plano poco destacado y eran bastante raras, excepto algunas como rosas, azucenas y lirios.
Además de alimentos, medicinas y condimentos, las plantas en la Edad Media tienen un valor simbólico de tal manera que se escogen de acuerdo a esta simbología. Así, por ejemplo, las rosas representan el amor de Dios; las azucenas, la pureza virginal; las manzanas el pecado original; las hojas trifoliadas de las fresas, el misterio de la Santísima Trinidad.
¿Cómo es el jardín medieval?
El jardín monástico, al igual que los jardines islámicos, es un jardín cerrado. Se encuentra rodeado por un muro que, inicialmente podría responder a una finalidad defensiva, pero que con el tiempo adquiere un valor simbólico: El hombre se encierra en su interior y se dedica a Dios. La forma de este jardín es sencilla. Inicialmente se compone de una simple planta cuadrangular dentro de la cual pueden haber otras subdivisiones realizadas con vallas, generalmente adornadas con enredaderas.
Con el tiempo la parte interior del mismo se divide con parterres geométricos, realizados con setos recortados. El centro del jardín está ocupado por un pozo o una fuente por lo que el agua tiene un gran valor simbólico dentro del mísmo. En muchos jardines medievales se introduce un laberinto como símbolo de la búsqueda de la pureza y la verdad.
El claustro del monasterio de Poblet en la provincia de Tarragona (España) muestra un ejemplo de jardinería medieval. La sencillez del estilo románico del siglo XII y los detalles cisterciense del siglo XIII se complementan con un paisajismo austero y reflexivo. Los monjes utilizaban las galerías para reflexionar sobre el hombre y su destino. Los grandes cipreses del patio imponen su espiritualidad levantándose verticales hacia el cielo.
La fuente o el pozo simboliza la importancia del agua, elemento constante tanto en el jardín islámico como cristiano. El agua no solamente sirve para regar el jardín, sino que tiene un valor simbólico en muchas culturas. El agua como símbolo de la vida, como elemento purificador o como instrumento que refleja el cielo.
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17 agosto, 2024